Día de los Museos: nada que celebrar para las invisibles

Este viernes 18 de mayo se celebra internacionalmente el Día de los Museos, con un sinfín de actividades culturales: horario de apertura al público más amplia, visitas guiadas especiales hasta medianoche…

La mayoría de visitantes que acuden a un museo casi nunca se dan cuenta de que en sus salas hay personal trabajando, ayudando, informando, velando por el correcto mantenimiento del patrimonio y haciendo posible que el museo abra sus puertas todos los días incluyendo fines de semana y destacados festivos como incluso pueda ser el Día del Trabajador, para que otras personas disfruten en su tiempo libre y de ocio. Esa gran mayoría de visitantes comprará la entrada sin reparar apenas en la persona que se la está vendiendo, a la vez que informando de todas las actividades del museo, a veces haciéndolo en otros idiomas, teniendo que estar al día de todo lo que acontece y acontecerá en el museo. Pero, a pesar de que lo parezca, esas personas no forman parte de la plantilla de ese museo. En algunos casos ni figuran como equipo del mismo en su página web. Esto ocurre porque en su mayoría, y desde hace ya demasiados años en toda España, sin viso de cambio a mejor o posible solución, son personal subcontratado.

Que la situación del empleo en el sector cultural en España es desolador no es ninguna novedad, en un país en el que la Cultura nunca se ha tomado lo suficientemente en serio; pero concretamente las condiciones en las que se encuentra el personal auxiliar de los museos resulta escandalosamente denigrante.

Gran parte de las personas que se han visto abocadas a aceptar estas míseras condiciones laborales y salariales poseen muchos años de estudios y experiencia en el sector cultural: licenciaturas, especializaciones, másteres, idiomas… Pero nada de eso se valora. Todo esto junto con el esfuerzo del propio trabajo –que tampoco nadie parece apreciar- y la renuncia a días festivos para estar con  familia, pareja o amigos, vale poco más de 3 euros en los casos más lacerantes. Se ha llegado a un punto actualmente en el que no es que no sea necesaria ni requerida la formación específica en algunas de estas ofertas de trabajo, que por otra parte no es del todo necesaria pero podría ser valorable, sino que Licenciados en Historia del Arte y con estudios similares son directamente rechazados, posiblemente por temor a exigencias de mejoras debido a ésta, o por la supuesta personalidad crítica y los problemas que sus posibles acciones reivindicativas puedan generar. Es decir que las personas con una formación que se supone pueden tener una salida laboral en museos y centros culturales, aunque no desempeñen funciones acordes a su potencial, son rechazadas precisamente por eso. Y una vez más, ¿en quién recae toda esta situación miserable? Mayoritariamente en las mujeres: casi todo el personal de salas, taquillas, etc. son mujeres.

Podrá pensarse que este panorama tiene lugar sobre todo en museos y fundaciones privadas, pero nada mas lejos de la realidad: es en los museos y centros públicos donde abundan los más sangrantes casos, debido a este modelo de gestión: cómodo y barato para las instituciones (pues no han de preocuparse por bajas, vacaciones, uniformes…), muy beneficioso económicamente hablando para las empresas intermediarias (si no hubiera intermediarios condiciones y salarios serían dignos), y extremadamente precario para el personal contratado. Con los impuestos de todos los ciudadanos, las instituciones públicas fomentan y permiten la más absoluta y denigrante precariedad para estos trabajadores que en muchos casos no llegan a los 530€ al mes librando solo los lunes y un fin de semana de cada demasiados, a jornada partida en ocasiones (hay museos que cierran a mediodía por no pagar dos turnos), y luego según cuadrante algún día suelto. Por supuesto los contratos son por obra y servicio, con lo que no se genera antigüedad ni apenas vacaciones; la incertidumbre está a la orden del día así como la rotación de empleados y en definitiva un desamparo total y absoluto, ya que ni la institución se hace responsable de los posibles despidos o “no renovaciones” ni tampoco el propio museo: son invisibles, están en tierra de nadie, infravalorados y condenados a una total indigencia laboral.

El criterio fundamental para la selección de la empresa contratante entre las que se presentan al concurso público para gestionar esta área es fundamentalmente económico y siempre a la baja: la elección recaerá en la oferta más barata sin tener en cuenta ningún otro factor, por tanto estas empresas ajustan sus ofertas lo más posible, haciendo recortes en los salarios hasta límites de miseria absoluta. Es usual que poco a poco, el servicio que ofrece el museo es cada vez peor porque los empleados no están contentos, se sienten infravalorados y mal pagados, y eso va haciendo mella en el día a día. ¿Cómo va a estar feliz una persona cobrando 300 o 500 euros al mes, sin poder planificar ni unas pequeñas vacaciones, viendo peligrar su puesto de trabajo cada pocos meses incluso cada pocas semanas? Y lo que es peor, ¿Importa esto a alguien? La respuesta es rotundamente, no. A la empresa mientras le paguen y no pierda el contrato, le da igual la calidad ofrecida, porque en su mayoría se da la circunstancia de que no son especialistas en el sector cultural y gestionan desde limpieza en hospitales a seguridad en bancos. Sobra decir que si alguien se queja de sus condiciones, incluso comenta éstas en público o redes sociales, hace huelga…será reemplazado por otro enseguida y sin miramiento alguno, pero nunca incurriendo en despidos improcedentes puesto que al ser contratos por obra y servicio muy cortos en el tiempo, con no renovar a ese trabajador tras el siguiente despido es suficiente. Los finiquitos sobra decir que son de risa. Los contratos encadenados firmados al año con la misma empresa por la misma persona pueden ser infinitos, desde dos a cuatro o seis, ocho, diez o más.

Es curioso, pero estas situaciones de precariedad extrema no suelen suceder en las contrataciones de servicios de limpieza o mantenimiento en los mismos museos. ¿Por qué este ensañamiento con el personal que es la cara visible, que está día a día atendiendo al público, con quien interactúan los visitantes? Hoy día, con plataformas como TripAdvisor o las redes sociales, donde se expresan opiniones tanto del contenido como del trato recibido, esto debería tenerse muy en cuenta. ¿Acaso esto no es importante, como lo es que las instalaciones estén limpias, que todo funcione correctamente, que las exposiciones tengan coherencia, que el contenido cultural sea de calidad, etc etc? Un museo es un engranaje en el que todas sus piezas son fundamentales y deben funcionar bien, ¿por qué entonces se descuida tanto ésta en concreto?

Esta insoportable situación se revertiría cambiando el modelo de contratación y gestión pero parece no importar ni avergonzar a nadie salvo a quienes lo padecen, a los y las invisibles. Sabemos que nada va a cambiar por el momento, puesto que aunque parezca increíble, de diez años en adelante no ha ido más que a peor. Este texto, que no queda otro remedio de escribirlo de manera anónima, por las posibles represalias, no servirá de nada. Como tantos artículos, como tantas acciones reivindicativas, como tantas huelgas en unos y otros centros culturales y museos. Lo único que se ha conseguido hasta ahora alzando la voz son despidos o mejor dicho: no renovaciones de contrato basura. Pero lo que nunca nadie podrá impedir es que expresemos nuestra opinión y denunciemos una situación a todas luces indecente e injusta.

En mayo de 2018, en una ciudad que podría ser cualquiera.

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